Si en algo estamos de acuerdo los juchitecos fervientes de la Guelaguetza y los que no creemos en ella y en su farsa cultural, es que no hay ninguna sorpresa en que la delegación de Juchitán no se haya merecido lugar en dicha fiesta de gringos. Sus cumbias no tienen sentido ni razón y sus coreografías (que no arreglos dancísticos de los sones) por demás estilizadas de lo que antes fueron sones, se abren paso al camino de lo burdo, de lo sacrílego para los que tenemos el son como una misa o un rezo.
Hace tiempo que la Guelaguetza dejó de ser una fiesta del pueblo y para el pueblo (si es que alguna vez lo fue), en su lugar ha dejado un show hueco para impresionar a los extranjeros y provocar una derrama económica bajo un nombre desatinado “El festival étnico más grande de Latinoamérica”. No hay nada de étnico en las delegaciones cuando buscan belleza y una sonrisa congelada en adolescentes que en su mayoría no hablan lenguas originarias y que instalan pasos de cumbia como cuadro folclórico juchiteco.
Todavía más irrisorio es esa palabra que choca con el oído de esta columnista, que más que un artículo de opinión lanza ahora bombardeos para despertar el sueño: “Folclórico”. ¿Qué es lo folclórico? Según el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), el significado de “Folclore” es: Conjunto de costumbres, creencias, artesanías, canciones, y otras cosas semejantes de carácter tradicional y popular.
Lo folclórico entonces tiene que ver con lo tradicional, con el entramado cultural de las expresiones de un pueblo, no como una reinterpretación de dichas expresiones. ¿Una cumbia es folclore juchiteco? No, es una reinterpretación del jolgorio juchiteco, mas no una expresión de nuestra identidad cultural. Nuestra identidad son los sones, el pitu nisiaaba, la trova juchiteca, todas las expresiones de la cultura zá en que resuenan los truenos, la lluvia y la calma de las nubes que somos.
Por eso no asombra la omisión de la delegación juchiteca y mucho menos debería asombrar una fiesta que más que folclore, es un espectáculo creado para un fin económico más que para una guelaguetza o guendalisaa que enaltezca nuestro origen zá, ikoot, mixe, etc. Vale más bailar un son sin rotonda, sin ojos, danzar con los instrumentos, hacer el ritual con nuestras parejas, mujeres con mujeres o con hombres, porque el fin del son es acercar las almas más que los cuerpos. El son es mi rezo. De mis pies resuenan las palabras que mi corazón libera y mis manos levantan mi enagua en su vaivén, lo mismo que si levantara mi vida la divina gracia del son. Vuelvo a mi tierra, llamada por mi ombligo y la amo.